Noches lúgubres es una obra del escritor Cadalso.
E. F. Herman, cerca de 1950, encontraba y publicaba la primera edición, aparecida por entregas en el Correo de Madrid (o de los ciegos), entre diciembre de 1789 y enero de 1790. Todavía diez años más tarde, en 1961, Nigel Glendinning daba a conocer una copia manuscrita existente en el Museo Británico y que fechaba en torno a 1775. Tanto el manuscrito londinense como las primeras seis ediciones constan de tres noches, la última notoriamente inconclusa. En la edición de 1815 se publica el final de la tercera noche, que es indudablemente apócrifo; e incluso en ediciones posteriores apareció una cuarta noche.
Las Noches lúgubres gozaron de fama extraordinaria en el siglo XIX, sobre todo en los años del romanticismo, y conoció numerosas ediciones a pesar de la intervención de la censura y hasta de alguna transitoria prohibición inquisitorial. Un expediente fue iniciado por la Inquisición de Córdoba; la ocasión de la denuncia fue que un muchacho, por influjo de la lectura de las Noches, maltrataba a sus hermanos y amenazaba con quitarse la vida. La persona que descubrió y leyó el libro lo denunció por contener muchas expresiones escandalosas, peligrosas e inductivas al suicidio, al desprecio de los padres, y al odio general de todos los hombres.Es evidente que la leyenda de un Cadalso desenterrador del cadáver de su amada ha nacido de la obra en sí, o sea, de la literatura. La leyenda cadalsiana sobre el desatinado propósito del poeta de desenterrar el cadáver de su amada tiene su punto de partida en una famosa carta, de 1791, firmada con las letras «M.A.», que apareció en la edición de 1822 y en alguna otra posterior, en la que se cuenta lo que el título dice explícitamente: «Carta de un amigo de Cadalso sobre la exhumación clandestina del cadáver de la actriz María Ignacia Ibáñez». En ella se dice que la enfermedad de la cómica motivó «que al tercer día de cama expirase en los brazos de su amante». Ello tanto le perturbó, «que casi terminó en demencia». Cadalso no se apartaba de la losa que cubría a la muerta, hasta que «últimamente paró su violento dolor en la extravagancia de desenterrar el cadáver». Por la vigilancia de espías puestos por el conde de Aranda no pudo el infeliz enamorado llevar a efecto su intento».
El principio de las Noches Lúgubres:
¡Qué noche! La oscuridad, el silencio pavoroso, interrumpido por los lamentos que se oyen en la vecina cárcel, completan la tristeza de mi corazón. El cielo también se conjura contra mi quietud, si alguna me quedara. El nublado crece. La luz de esos relámpagos..., ¡qué horrorosa! Ya truena. Cada trueno es mayor que el que le antecede, y parece producir otro más cruel. El sueño, dulce intervalo en las fatigas de los hombres, se turba. El lecho conyugal, teatro de delicias; la cuna en que se cría la esperanza de las casas; la descansada cama de los ancianos venerables; todo se inunda en llanto..., todo tiembla. No hay hombre que no se crea mortal en este instante... ¡Ay, si fuese el último de mi vida, cuán grato sería para mí! ¡Cuán horrible ahora! ¡Cuán horrible! Más lo fue el día, el triste día que fue causa de la escena en que ahora me hallo.
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