La polilla no tiene la belleza de la mariposa.
Sin embargo, la vida le ha hecho más fuerte.

Vamos a psicosomatizar

¿Os acordáis de la imagen del post anterior? Era una manzana atravesada por multitud de clavos. Así se encontraba mi cuerpo ayer. Atravesado por un millón de pinchazos.

No encontraba razón para esos dolores, a no ser, claro está, que hubiera enfermado de algo realmente grave: me sentía morir. Taladrada pero sin ningún agujero por el que salir las lágrimas. Resulta hasta irónico. La manzana no sólo era mi cuerpo, era sobre todo mi corazón, era también mi vida. A veces siento que cuando mejor van las cosas, más me opongo a ser feliz. E instalo barreras infranqueables a mi alrededor. La explicación no es sencilla: a veces me convierto en una gótica-emo insoportable, me sumerjo en las tinieblas e imagino sangre y cuchillas a mi alrededor. Es lo que tiene haber compartido horas y horas en un ambiente deprimente, vestida de negro y pinchos, escuchando canciones que de felicidad tienen poco.

Pero todo en esta vida evoluciona. Hasta HIM, el grupo de love metal que antes cantaba al alma que se había ido con el pecado (que por otra parte es mi canción favorita del grupo finés) nos felicita vía Facebook un San Valentín adelantado (regalo que por cierto no es baladí: casualmente sacan nuevo disco el día del amor). Hasta yo evoluciono, y mira que me cuesta desprenderme de los malos y negativos pensamientos.


Pues eso, que ayer mi cuerpo expulsó a través del dolor todo lo mal que se sentía mi alma. Supongo que eso es psicosomatizar. Tendré que preguntar al filósofo, si es que me perdona por lo estúpidamente que actúo cuando entro en brote gótico fatalista.


Mientras seguiré escuchando pop indie: es la única terapia de choque que se me ocurre, teniendo tan lejos a la persona que podría curarme con uno de sus abrazos.

Un saludo.

El problema del yo

La maldad (o pecado) no depende del acto mismo sino de sus consecuencias en relación con los demás.

Paul Ilie, La psicología moral en Unamuno

El descanso


Siento frío en mis muslos mientras pienso en las semanas venideras. Quiero escapar de ellas. Borrarlas de mi calendario. Los nervios se me acumulan en el estómago, pero también en cada músculo de mi húmedo cuerpo. ¡Y qué siempre me pase lo mismo... ! ¡Y qué siempre tenga que huir... ! Me alcanzan y me pisotean. Menuda paliza. Pero este año es diferente.

Calculo matemáticamente las horas que les dedicaré. No es tan difícil. No vale desanimarse. No vale acobardarse bajo unas mantas que me privan de mis sueños.

Este año no. Estoy decidida.

La voz


Ya casi se borró el recuerdo. Sin embargo a veces llegan a sus oídos voces que se asemejan a la que cree recordar como suya. Tantos años. Tantas lágrimas.

A veces se despierta, sudorosa, en la neblina de un pasado que jamás será futuro. Recorriendo los recovecos en los que él se albergó, huyendo del olvido. Ella quiso olvidarlo. Enterrarlo en lo más profundo de la tierra literaria. Pero lo único que consiguió fue inmortalizarlo, convertirlo en un personaje de ficción de un cuento tenebroso. El protagonista de la historia. El Romeo por el que no vale la pena morir. Y sin embargo, en ocasiones, recuerda el ronquido de una voz.

Y se imagina otras voces. Voces que jamás ha escuchado, ni escuchará. Voces de gentes que no existen más allá de unas líneas emborronadas. Voces que le encantaría conocer, a pesar del temor de su voz, la interior, la que le dice que no oiga. Caer en el mismo error de oír una voz...
Y enamorarse de ella.
 
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