La polilla no tiene la belleza de la mariposa.
Sin embargo, la vida le ha hecho más fuerte.

El calcetín rojo

El primer ejercicio de escritura se titula El calcetín rojo.

Se pasó una hora buscando el calcetín rojo. Recordaba que el día anterior se había desnudado en el salón, así que quitó cojines y movió sillas, pero la prenda no aparecía. Aquello no debía suponer un problema, puesto que tenía calcetines de más tonalidades en casa. Sin embargo, comenzó a llorar, por lo que se encerró en el baño. "El problema no es el maldito calcetín", pensó. Y, en efecto, no lo era. El problema era dejar una prenda suya en aquella casa a la que no volvería. En la habitación de al lado, se escuchó un bostezo. Era demasiado tarde para huir, y además, estaba descalza. Alguien carraspeó al otro lado de la puerta, mientras acercaba su oreja hasta posarla en la fría madera. "Raissa, ¿estás ahí?", le dijo Aluhe, su novio. Su respuesta fue abrir el grifo de la ducha y cobijarse bajo el agua templada.

Tras siete interminables minutos, abrió la puerta. El aroma del café invadía la estancia y, en el salón, un calcetín rojo era mostrado como un tesoro por una mano conocida. "Estaba debajo de mi almohada", dijo el dueño de la extremidad. Raissa recuperó su calcetín y lo acercó a su pecho, como si no quisiera volver a perderlo. "Está bien, Raissa, comportémonos como adultas", se dijo. Se sentó en el extremo opuesto del sofá donde Aluhe apuraba su cigarrillo y lo miró muy seria: no sabía cómo comenzar. Nadie tiene un discurso de despedida preparado para esas ocasiones en las que todo te viene grande.

Raissa habló de momentos tan maravillosos con Aluhe que daban miedo, de que jamás había dicho "te quiero" y que cuando él se lo decía no sabía cómo responder. Igual que muchos hablaban de la incapacidad de enamorarse, ella sentía que jamás podría demostrar todos los sentimientos acumulados. "No es justo, Aluhe, que no te diga que te quiero", dijo, mientras se daba cuenta de que lo había dicho y de que, sin quererlo, había superado otro de sus miedos.

La cama


Había olvidado lo que era tener a alguien en su cama.
Aquella noche no durmió, contemplando su silueta.

Tóxica


El resto de la tarde lo pasaron dando vueltas por el centro comercial. Después de ver aquella película que no les había aportado demasiado, decidieron deambular de la mano en silencio. Quizás fueran almas gemelas pero jamás lo reconocerían. Ambos se definían como cabezotas por naturaleza, seres demasiado tímidos para reconocer que sentían por el otro algo más que un cariño desmesurado. Se despidieron en el andén, como siempre, ni un beso.

No volvieron a verse. Dejaron que les separaran unos kilómetros ridículos. Y el silencio por sentirse heridos los separó. Varios meses después, ella aún seguía pensando en él cuando se metía en la bañera.

Canción 2


Temis temía no estar a la altura de las circunstancias. Eligió con cuidado el vestido y se perfumó para la ocasión. Se cosió de forma apresurada el corazón medio roto y se sentó en la cama a respirar. Lo tenía todo a su favor: compartían canciones y gustos cinéfilos. Pero los nervios no dejaban de afligirla y por su mente pasaban escenas de comedias que acababan mal.

Había aprendido que la mejor manera para llegar al corazón de alguien era siendo ella misma. Pero eso implicaba mostrar aquel lado oscuro que nadie podía conocer.

Dudó un momento pero, al final, acabó deshaciéndose del vestido. Su piel hablaría mejor que su garganta.

Losing my religion



But that was just a dream.

A susurros

A veces leo como susurrando para darle más intimidad a lo que escribo. Sé que no hace falta, porque esto no lo lee ni Dios.


Pero aquí me tienes, leyendo y susurrando. Sé que podría escribir mis mayores secretos, aquello que no me atrevo a confesar, las perversiones más truculentas que se me han pasado por la cabeza. Pero, para qué engañarnos, ¿a quién carajo le iban a importar esas chorradas? Hubo un tiempo en el que este blog gozaba de tanto éxito que hasta salía en las noticias, pero hoy ha quedado como en un rincón olvidado, esperando que a mí se me ocurra volver a él para escribir cuando no tengo más escapatoria.

Hogueras

Iba a empezar este post con la famosa frase de Francisco Umbral: «Yo he venido a hablar de mi libro», porque eso es básicamente lo que voy a hacer. Pero luego me he dado cuenta de que mi blog está tan perdidamente lleno de mí que me convierto por momentos en la mayor de las ególatras. Yo, me, mí. Conmigo.


Mi libro inconcluso soy yo. Lo que os muestro son algunas páginas con borrones pero sin censura. Por ejemplo, hace un rato me he puesto a pensar en que todo lo malo se pega. En todas esas costumbres que antes no tenía y ahora sí. La huella del tiempo y de las personas con las que nos cruzamos en algún momento de nuestra vida. Yo antes dormía con la persiana hasta abajo. Y aunque la oscuridad llegó para unas cosas, la persiana había que dejarla bien subida, que entrara la luz de las farolas. Yo antes escribía a lo loco, hasta que descubrí los beneficios del Bloc de notas. Yo antes decía cotillear. Hasta que el vocablo 'churretear' llegó a mi vida. Lo mismo ha sucedido con la expresión 'el ojete torcido', que significa que te has quedado con una sensación rara... Más o menos eso. Tampoco estoy tan segura.

Este post es totalmente atípico. Sé que te has dado cuenta, pero, aunque sea raro como un nabo azul, sigue siendo para ti. Como todo. Tú también formarás parte de mí: tus costumbres y expresiones, tus rarezas. O no. Igual nos consumimos en hogueras.

Tres palabras


Dame tres palabras y te escribiré la poesía más bonita del mundo. Igual no es la mejor en cuanto a estilo y forma. Igual no utilizo tantas figuras literarias como debería y queda simple, como desnuda. Pero si te fijas en el contenido, sin duda será el más bello que puedas leer. Porque será verdadero. Porque será recién sacadito del corazón.

Si tú me das tres palabras (ni una más, ni una menos) yo compondré para ti mis mejores versos. Seguramente nunca vean la luz, puede que hasta no salgan de mi cabeza y su eco ensordecedor. Pero serán para ti, junto con el resto de palabras que, en grupos de tres, componen cada día la distancia que nos separa. El silencio que nos une.
 
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