La polilla no tiene la belleza de la mariposa.
Sin embargo, la vida le ha hecho más fuerte.

Afortunada



Cuando te digo que te quiero lo hago pensando que no te merezco, que he tenido mucha suerte al dar contigo por casualidad. Que el cielo, el destino o algún dios hindú se aliaron aquel día de verano para que te fijases en mí. Que la providencia, la Santísima Trinidad o el aburrimiento estival propiciaron que yo me fijase en ti.

Soy afortunada porque el Amor se demuestra con hechos, y a pesar de que nosotros nos lo digamos poco, lo sentimos ahí, casi pegado a nuestra piel, rozándonos los hociquillos con su varita mágica.

Nunca jamás

Nunca le digas a la chica con la que acabas de hacer el amor que es una ingenua. Jamás hables de cuchillos en la penumbra de una habitación que huele a depravación. Nunca se te ocurra dejar el historial lleno de porno en el ordenador de tu pareja. Jamás bebas si se te pasa por la cabeza romper vasos y botellas y pegarle una bofetada a tu novia en medio de un pub. Nunca le digas que le quieres si realmente lo que te gusta de ella es lo que tú crees que es. Jamás sigas en una relación tóxica, que no lleva a nada, sólo a nadar en círculos en el mismo charco de barro.

Ondas

¿Sabes lo que pasa cuando tiras una piedra al agua? Que perturbas su calma, su quietud, y se crean las ondas. Si estás cerca de donde ha caído la piedra puede que, incluso, te mojes: hay que ser cautos a la hora de tirar piedras, pues sin quererlo a veces nos puede salpicar.

Nuestras vidas son como el agua en calma, que  en ocasiones se mece por la brisa del viento. Cualquier decisión o paso que demos derivará en otras acciones o consecuencias.

A veces da miedo ver cómo las ondas se reproducen. Supongo que es ley de vida, que todo debe fluir, y como el agua, seguir su curso natural. En nuestras manos está la posibilidad de que el río, el manantial y el lago no se sequen y que en sus orillas florezca la belleza.

Arrow



Yo estaba loca por él. Pero loca, loca. Vaya, que no tenía nada más en la cabeza que su rostro, su cuerpo y su voz. Sólo lo había escuchado un par de veces, pero oye, a mí eso no me importaba. Ya me encargaba yo de ponerle voz a aquellos labios, incluso a imaginarme las conversaciones que tendríamos, cada noche, abrazados frente a la chimenea de nuestra idílica cabaña antes de que me arrancara la ropa a mordiscos y... Ya, lo siento, continúo. Era todo tan perfecto que, cuando lo veía aparecer por la esquina, las piernas me empezaban a temblar y todo el argumento que tenía para declararle mis sentimientos se me venía abajo, se me olvidaba o me parecía infantil y bastante ñoño. Cuando eso pasaba, me subía la solapa del abrigo, me colocaba las maxigafas y me iba tras él, siempre varios metros por detrás.

En esas estaba un día que soplaba el viento más de lo normal: con el pelo metido en la boca, la cara arrebolada y los ojos llorándome del frío. No te voy a engañar, sí, es cierto: le estaba mirando el culo. Pero es que él tenía un culo que no tienen todos los hombres, así, muy respingón y bien puesto. Un culo de esos que te dan ganas de comerte a bocaditos y apretarlo mientras te empotra contra la pared... Bueno, que me voy del tema. La cuestión es que no iba muy pendiente a lo que sucedía a mi alrededor porque estaba concentrada en el espectáculo que tenía delante. Pero entonces me fijé en que no era yo sola la que andaba mirando aquel monumento andante. Primero pensé que estaba loca por sentir celos de un niño, ¡qué tontería! Lo lógico es que el niño, dada su altura, no le estuviera mirando el culo, sino intentando avanzar hacia su destino sin chocarse con las farolas ni con los demás transeúntes. Así que seguí mi paseo rutinario hasta llegar a su oficina. Por aquel tiempo, al igual que ahora, estaba en paro y mi mayor distracción -y no me mires así, que me harté de echar currículos y de ir a hacer cola a la oficina del INEM-, era seguirlo. Pensaba que así comenzaba de una forma redonda el día: lo veía, me alegraba la vista y hacía ejercicio. En fin, que llegamos a su oficina y él traspasó la puerta acristalada. Yo me había quedado detrás de unos árboles, con cara de boba, al comprobar que el pequeño detective también había parado su paseo delante del edificio. Me entró la curiosidad y decidí seguir al chiquitín de la cabeza rubia. Pero no me duró mucho tiempo la aventura, porque se paró un autobús de escolares que dejaba a los chicos en el instituto colindante y, entre gritos, carreras y mochilas, cuando me quise dar cuenta había perdido a mi amiguito.

Dos días más tarde, me enfundé el chubasquero, las gafas oscuras y mis mejores ánimos y decidí confesar mi amor al chico de mis sueños. Lo esperé en la esquina debajo de los soportales y, cuando apareció, dejé correr los veinte segundos de rigor. Y entonces surgió de la nada, envuelto en un abrigo de plumas blancas de lo más setentero: no puedo decir que fuera un niño, quizás un señor enano con la cara más bonita que haya visto nunca. Avanzaba a pasitos saltarines y cuando llegó a mi altura, me sonrió. "Vamos, hoy caminaremos juntos". Intuí que su intención era agarrarme de la mano pero no llegaba, así que cogió el paraguas que yo llevaba cerrado y, de esta forma, quedamos irremediablemente unidos. No me preguntes por qué, pero cada vez que sus rizos se movían como si estuvieran bailando sobre su cabeza al levantarla para mirarme, crecía en mi interior una fuerza desconocida, como si aquel pequeño ser de vestimenta estrambótica me transmitiera poderes a través del paraguas. Los quince minutos que separaban mi esquina de su oficina no se me hicieron eternos, a pesar de que comenzó a caer una fina lluvia sobre nosotros. Vamos, que no veía que aquella caminata fuera una tontería más. Había pasado meses siguiéndole y la ilusión iba a menos, porque no me sentía capaz de hablarle ni para pedirle la hora. Apenas quedaban cien metros cuando el pequeño plumífero soltó mi paraguas. "Sécate la cara, linda, que la lluvia va a fastidiarte el maquillaje". Saqué del bolso un pañuelo mientras él se quitaba de la espalda una pequeña mochila en la que yo antes no había reparado. "Y sonríe, que cuando sonríes estás preciosa". Y entonces -y esto es lo raro- abrió la mochila y comenzó a sacar una flecha. ¡Sí, no pongas esa cara! Aún no entiendo cómo pudo meter una flecha tan larga en esa minimochilita que llevaba, que parecía las que llevan los niños de guardería o las madres que tienen bebés. Muy chica, como de juguete. Pues va el tío y saca una flecha. Y yo con cara de pasmada. Y me dice: "¿lo quieres o no lo quieres?" Por mi cabeza pasaron muchas cosas: que el loco éste iba a matarlo, que dónde carajo estaba la cámara oculta, que como fuera obra de mi hermana la iba a matar... Pero nada de eso dije. Sólo asentí.

Sé que no tiene ni pies ni cabeza, pero tú me conoces bien y sabes que soy la persona más tímida que te puedas echar a la cara. Jamás me hubiera atrevido a decirle nada. Yo no creo en los milagros, pero hija, se ve que este año le he caído bien a Cupido.

Quién puede matar a un niño

Esta pregunta que todos nos hacemos hoy es también el título de una película (1976) de Chicho Ibáñez Serrador. Trata de unos niños -aparentemente presos de la locura- que utilizan su posición de infantes para asesinar y llevar la maldad allá por donde van. Y es que, a los niños, se les sobreentienden valores que los adultos perdemos con el paso de los años: inocencia, bondad, ilusión... 

Entonces, ¿por qué hay personas que hacen daño a seres inocentes? Ayer noche me llegaban avisos por Twitter y Whatsapp de que un niño había desaparecido en Rincón de la Victoria/La Cala. El simple hecho de que un niño no aparezca ya es motivo de estupor, pero despertar con la noticia de la aparición del cuerpo flotando en una balsa de los Montes de Málaga te llena de rabia. Es ilógico y no entra en ninguna cabeza sana que nadie pueda querer matar a un pequeño. Cuando nos ponemos en el supuesto de que lo ha hecho para infligir el máximo daño posible a su pareja -si es que ésa es la razón, que no lo sé, sólo presupongo-, simplemente me queda pensar en lo cobardes que pueden llegar a ser las personas, en toda la maldad que pueden albergar sus cuerpos y en qué ha fallado la sociedad para que este tipo de situaciones ocurran continuamente y nos quedemos casi impasibles, como si estuviéramos viendo otra noticia de la nieve o cualquier chorrada de relleno -hay personas que se indignan más porque la Esteban haya dicho ésto o lo otro-.

Primero, ¿qué clase de educación recibieron las personas que prefieren utilizar la violencia antes que el diálogo? Ojo, que hay que diferenciar educar y enseñar. En el colegio, el instituto, la Universidad y demás centros se enseñan conocimientos, pero un profesor no puede educar a un niño en valores positivos cuando el ejemplo que recibe en casa es totalmente opuesto. ¿En qué clase de ambiente han vivido para normalizar situaciones violentas? Segundo, ¿qué leyes tenemos para que los hombres y las mujeres prefieran recurrir a un asesinato/una violación/un secuestro para hacer daño a sus parejas o exparejas? Leyes de mierda. Leyes blandas. Leyes que se aplican con doble rasero. Leyes que aplican el segundo y el tercer grado a asesinos por hacer crochet y recoger las migajas del menú que entre todos les estamos pagando.

La vida de este pequeño de 3 años no se va a recuperar, pero los que ahora estamos leyendo esto, a los que nos duele que pasen este tipo de cosas, podemos cambiar un poquito la mentalidad. Eduquemos a nuestros primos, a nuestros hijos y a los hijos de nuestros amigos y vecinos en el respeto, condenemos firmemente la violencia y la microviolencia -ésa que parece una tontería, un juego, un comentario gracioso del tipo "qué gorda estás", "en casa te vas a enterar", "eso se hace así porque yo lo digo", "yo soy el que lleva los pantalones en esta relación", "no me gusta que quedes con tus amiguitas". Alejemos la violencia de nuestras vidas, porque no es positiva ni aporta nada, sólo dolor.

Cien palabras



Mira hacia el horizonte
como si se le escapase el tiempo.
La camisa de pañuelo:
ojos negros.
Yo lo contemplo a distancia,
siempre en silencio.
En los surcos de las ojeras
lleva grabado su duelo.
Un roce imperceptible,
un pensamiento
se materializa
y se queda en eco
de voces roncas
que mece el viento.
Se dulcifican los gritos,
se enternece el verbo,
las comisuras de sus labios
apuntan al cielo;
sus ojos tristes
muestran destellos.

Hablamos de lo que nos une, arreglamos lo que nos separa.
Imaginamos futuros posibles y las frases se alargan.
Roto el silencio por cien palabras.


Eres


Urgencias


Esa necesidad cada vez más insistente
de tenerte a todas horas,
de oler tu piel mientras busco
el punto de tus cosquillas.
Esa fatalidad cuando no te tengo y
quiero contemplarte en silencio
sabiéndote mi tesoro más preciado
en días de frío.

Esa distancia que nos separa y
que odio por arrastrarnos a letras
en blanco y negro,
con regusto dulce de labios que no se abren.
Esos besos que corren por las ondas
y que ansío darte todos los días, a todas horas.
 
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