La polilla no tiene la belleza de la mariposa.
Sin embargo, la vida le ha hecho más fuerte.

Desde el balcón


El verano tranquilo. Sentarse a ver cómo el día pierde sus horas de luz desde el balcón encalado, reluciente, con sus sillas de anea y sus mosaicos de colores. Un geranio rompe la tranquilidad con los pétalos encarnados. A lo lejos, entre la maraña de ramas de los pinos y las higueras, se divisan las otras casas blancas.



En lo alto, también resguardada por frondosos árboles, se encienden las vidrieras de la ermita con las últimas luces del anochecer de julio. A su lado, también en la colina, reposan dignamente los antepasados de todos nosotros. En silencio.

Mientras, los cantos de los colorines y las golondrinas se mezclan con los chillidos de los murciélagos y los grillos. El Sol se va ocultando tras las montañas amarillas.

Ahora se escuchan las voces sabias y las neófitas: es la mejor hora para sentarse al fresco, compartir historias de antaño, deslizarse por la refalaera. Niños y viejos disfrutan de esta calma fresca que el día nos da.
 
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