Ligeia tenía complejo de protagonista de cuento. Pero no un cuento cualquiera. Ella adoraba la Literatura de terror y disfrutaba imaginando las diferentes muertes que le infligían. Su favorita era la del veneno. Se encontraba amordazada, acuclillada, en una esquina de un sótano cualquiera (que, por supuesto, tenía que ser húmedo, oscuro y albergar bichos desconocidos que harían sonar sus pasos inquietos por entre los muebles). De repente, una mano áspera le soltaría la mordaza.
"Gritar no servirá de nada", pensaría Ligeia, que, obediente, bebería el líquido amargo que su captor le conminaba a tragar.
Y mientras aquella muerte caliente recorría su garganta, ella miraba a los ojos a la mala bestia que se reía, ebrio, de su sino. "Ah, qué te lo has creído", pensaba, "aquí el muerto eres tú, pensamiento de pacotilla".
Y mientras bebía otro sorbo de té verde, comenzaba a imaginar la siguiente forma de morir, que sería por asfixia y...
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