Recuerdo cuándo me agujereé la nariz. Tenía diecinueve años y demasiados pájaros en la cabeza. También tenía un pánico terrible a la sangre. De un manotazo se me salió el pendiente y no era capaz de volver a meterlo. La sangre del agujero recién hecho se mezclaba con las lágrimas de rabia e impotencia.
Me chupé una hora de autobús para que me volvieran a colocar el pendiente en la misma clínica donde me lo había hecho. Supongo que ése fue mi primer viaje desesperado.
Continuará...
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