La polilla no tiene la belleza de la mariposa.
Sin embargo, la vida le ha hecho más fuerte.

Hijos del hielo


Meqqusaaq cumplió 18 años el día que hizo más frío de todo el invierno. Sus padres entendieron aquellas temperaturas extremas como un mal presagio. Serminngua tenía dieciséis años cuando sus padres decidieron proponerla en matrimonio. Les parecía buen nukappi ese Meqqusaaq, aunque en el poblado se rumoreaba que era un soñador sin remedio que se pasaba el día imaginando historias allende las tierras heladas de Groenlandia.

La boda se celebró en febrero, en el día que los aputsiaq adquirieron mil y una formas. Los novios apenas se habían visto un par de veces a solas. Pero Serminngua estaba enamorada de la imagen que tenía de Meqqusaaq. Le atraía el carácter retraído y silencioso de su prometido, aun cuando ella fuera más alegre. El uno le quitó a la otra los guantes que envolvían aquellas manitas de niña mujer, mientras que Serminngua, con la cara de amapola, se resguardaba bajo la capa que portaba Meqqusaaq. Luego unieron sus narices por primera vez.

Y entonces Meqqusaaq hizo aquello que conocía bien por sus libros. Le dio un kunik en los labios, y supo, sin ninguna duda, que aquella esquimal simpática, le iba a acompañar a lo largo de toda su vida.

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