El día de Andalucía, desde mi infancia, suponía dos cosas: no tener clase y celebrar el día de antes un espectáculo en el colegio. Obviamente, lo que más me atraía era lo segundo.
En nuestro cole, sacaban las mesas al patio y ponían sobre ellas pan con aceite y bacalao, y un batido. A una determinada hora, las sirenas anunciaban que el festín estaba preparado... y todos salíamos en desbandada a por nuestro trocito de bacalao. ¡Qué manjar más delicioso, para una niña de pocos años! Aquello sí que era el día de nuestra comunidad, todos juntos en paz y libertad, cada cual comiendo lo que quisiera o lo que quedaba en la mesa. Y el Sol arriba, calentándonos, ese Sol andaluz que es el más codiciado de toda Europa.
Ahora, pasados los años, todo a cambiado. Lo que viene siendo habitual es que el día de nuestra comunidad me pille entre exámenes, lejos de mi familia y con un lío en la cabeza que pa qué.
Pero no este año. Bueno, un poco de lío en la cabeza sí que tengo, me acabo de levantar y la tengo como un bombo...
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