Tarde de domingo. Veíamos en la televisión un documental de la BBC sobre la vida nocturna de Londres y los destellos de los neones en Mayfair se reflejaban en los cristales de mis gafas. El olor del césped recién cortado entraba por el balcón abierto, que traía también el viento impertérrito del arroyo.
Tus manos jugaban con los mechones violáceos de mi pelo y los volantes de lunares de mi minifalda: no se decidían. Por dentro me desesperaba aquella indecisión, tal era el nivel de zozobra que nos consumía. La pantalla mostraba fotogramas de niños ricos tomando menús de 75 libras en Corrigan's, mientras viejecitos con flema tomaban el té en The Chesterfield.
"Play me!", te dije medio en susurro medio en grito. Nunca antes había suplicado una orden. Sonó tan raro, que sólo pudiste obedecer.
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