Refugiado entre las sombras de los agracejos, el cazador observa a su víctima. Desea conocer cada detalle de su cuerpo, así como sus manías y rutinas. Sin hacer el menor ruido, cada noche de Luna llena se acerca al lago donde ésta suelta su melena escarlata, que provoca destellos encarnados al contacto con los rayos de la bola brillante del cielo. No se atreve a acercarse a la joven, por lo que se queda fascinado mientras la chica canturrea sus serenatas mágicas. A veces, la melodía lo transporta a los brazos de Morfeo. Otras, Eros juega con sus ganas.
El depredador es consciente de que, quizá hoy o quizá dentro de unos meses, tendrá que cobrar su pieza. Lo hará con pena, masticando cada bocado de su dulce piel mientras la convierte en un efímero trofeo salado por las lágrimas.
El depredador es consciente de que, quizá hoy o quizá dentro de unos meses, tendrá que cobrar su pieza. Lo hará con pena, masticando cada bocado de su dulce piel mientras la convierte en un efímero trofeo salado por las lágrimas.
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