El resto de la tarde lo pasaron dando vueltas por el centro comercial. Después de ver aquella película que no les había aportado demasiado, decidieron deambular de la mano en silencio. Quizás fueran almas gemelas pero jamás lo reconocerían. Ambos se definían como cabezotas por naturaleza, seres demasiado tímidos para reconocer que sentían por el otro algo más que un cariño desmesurado. Se despidieron en el andén, como siempre, ni un beso.
No volvieron a verse. Dejaron que les separaran unos kilómetros ridículos. Y el silencio por sentirse heridos los separó. Varios meses después, ella aún seguía pensando en él cuando se metía en la bañera.
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