La estación de autobuses era silencio. Sólo los avisos de una garganta medio quebraba rompían esa quietud incómoda, de saber que los techos ya no están en su sitio, sino esparcidos por los alrededores, en camiones, en montones de chatarra.
Sólo una minúscula parte de la gran estación está abierta. La gente se apila esperando que la voz, cada vez más desgarrada, nombre a su destino.
La tormenta no sólo llegó, sino que destruyó a su paso todo lo que pudo, incluído el ánimo de muchas de las personas que tenemos que ver la desolación que ha causado.
Sólo una minúscula parte de la gran estación está abierta. La gente se apila esperando que la voz, cada vez más desgarrada, nombre a su destino.
La tormenta no sólo llegó, sino que destruyó a su paso todo lo que pudo, incluído el ánimo de muchas de las personas que tenemos que ver la desolación que ha causado.
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