La polilla no tiene la belleza de la mariposa.
Sin embargo, la vida le ha hecho más fuerte.

Up and down


El día en el que me fijé en su mirada, me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no la miraba de verdad. Continuamente hablábamos, frente a frente, separados por una mesa y dos copas de vino. O hacíamos el amor bajo la premura de la noche, volviendo la cara como dos desconocidos que se muerden pero no se besan.

La descubrí sonriendo sin yo contarle un chiste, queriendo disimular la curvatura de sus labios, entonces observé sus ojos refulgiendo. Hacía meses que éstos no lucían alegres, como si yo le hubiera transmitido todo el peso de la rutina. Fingía, supongo, reír con mis tonterías. Pero cuando creía que yo no la miraba, volvía a parecer una muñeca de porcelana con aire melancólico.

Y, de repente, la volví a conocer. Fue poco antes de darme cuenta de que la había perdido. Volvió a ser la chiquilla distraída del principio, aquella que me enamoró con sus faldas de vuelo y sus leotardos de fantasía. El manto oscuro que le había traspasado, sin darme cuenta y sin yo quererlo, desapareció un mes antes de decirme adiós. No me opuse a su partida, pues sabía que la había oprimido tanto que ella, conmigo, había dejado de ser ella para convertirse en mí. Nunca supe si se había vuelto a enamorar. Lo intuí porque esa mirada sólo la había visto antes, al principio, cuando ella me miraba.

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