El mantel es de cuadros, y en uno de ellos, perfectamente alineado con las cuatro líneas, posa un vaso de cristal. La servilleta, doblada primorosamente en pico, la coloca siguiendo una raya del mantel. Lo mismo hace con los platos y el trozo de pan.
Luego, al terminar, recoge, metódicamente, todo lo que ella puede abarcar con sus dos manos. A veces se cae el cuchillo, al menos, siempre oscila en la pila de platos. Sube a su cuarto mientras saborea lentamente un yogur de fresa. Lo deja a un lado de la mesa, donde no pueda estorbar. El ratón y el teclado del PC están perfectamente colocados para dejar sitio a las hojas escritas a mano que tiene frente a sí. En eso no hay orden. Las líneas a mano ascienden y bajan como en una montaña rusa. Casi siempre tiende a escribir hacia arriba. Pero ello no tiene nada que ver con su optimismo.
Coge los subrayadores y los coloca por orden de preferencia. El azul le gusta porque aún pinta bien, mientras que el amarillo apenas deja su línea fosforescente como el recuerdo de lo que fue. Empieza a leer a Kant, el texto se llama ¿Qué es la Ilustración?
Mira hacia la ventana, algunos rayos de Sol se cuelan por entre las nubes negras. Hoy, hasta rayos han iluminado el cielo. Sus ojos vuelven al texto. Su mente hace rato que voló hacia las nubes.
A veces se pregunta si es necesario tanto formalismo... Al fin y al cabo, los grandes genios fueron aquellos que dejaron en libertad su imaginación hasta límites insospechados.
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