Lo vi en su mirada. Había tomado una decisión y yo no formaba parte de su plan. La cama vacía, el silencio. ¿Era aquello orgullo? Sólo necesitaba escuchar de su boca unas palabras que reconocieran que lo había hecho mal, sólo necesitaba un abrazo que me subiese el alma que andaba ya por los suelos. Pero no llegaron. Nos hicimos los tontos, los indiferentes que pasean juntos como si ya no se conocieran, como si esa confianza adquirida con el paso del tiempo hubiese desaparecido de un plumazo. "Muy bien", susurré mientras subía sola en el ascensor, "tú ya has elegido por los dos".
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