Murió Miguel Delibes
Sus palabras están presentes en todos los libros de texto de cualquier alumno de Lengua. Y así, sencillas, me llegaron cuando aún no tenía ni dieciocho, con El Camino, una novela perfecta que he releído en mis noches de insomnio: con un lenguaje cercano, nada suntuoso, transporta al lector a un paisaje rural, lo convierte en un niño con sus travesuras y tragicomedias. Un libro que despierta la sonrisa, pero también las lágrimas.
Posteriormente, decidí acercarme a una de sus novelas más comentadas: Cinco horas con Mario, que trata de una mujer que vela a su marido a solas, recordando en voz alta todas las vivencias que compartieron, y recriminando a Mario toda una vida de machismo e incomprensión.
Delibes no era un autor estudiado en profundidad. De hecho en toda la carrera no se ha hablado de él. Y eso que se merecía el Premio Nobel. A mi humilde opinión, a Delibes le pasó como a Salvador Rueda, que fue cayendo en el olvido a medida que la edad caía sobre sus espaldas.
Pero Delibes, independientemente de que sea o no estudiado en la universidad, obtuvo más reconocimientos que el escritor malagueño: en su haber contaba con el Premio Nadal, el Príncipe de Asturias de las Letras, el Premio Nacional de las Letras, el Premio Cervantes y numerosas Medallas de Oro al Mérito.
Yo me he enterado a las 9'30 de la mañana de su fallecimiento, en una pausa entre versos de Guido Cavalcanti y las teorías del Erasmismo, el Protestantismo y paranoias varias de la profesora. Me he quedado conmocionada.
El mundo de las Letras se queda hoy sin uno de sus padres. A principios de semana se quedaba sin un estudiante de Hispánicas y gran persona, compañero de carrera que comenzó sus estudios el mismo año que yo. La vida sigue su curso, triste, impasible. Y con este artículo hoy recuerdo a dos personas que se fueron.
Descansen en Paz.
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