Dos asientos por detrás. Ya pasaron cinco días. Otro escenario, otro telón que levantar. Actores anónimos y sonidos estridentes. La espera se le hace eterna.
Un aleteo le acaricia la nuca, provocando que toda su piel se erice. Lentamente, una polilla de alas verdes, se posa sobre su hombro derecho, para luego, nerviosa, echar a volar otra vez hacia atrás.
Gira el cuello, pero la penumbra del lugar no le permite ver nada más que sombras. De nuevo, la polilla, recorre su cuello, dibujándole a fuego un mensaje.
Y ahora sabe lo que encontrará si mira hacia atrás: los ojos valientes que la persiguen en sueños. Por fin, ya sin miedos, se atreve a conocer el rostro de los ojos verdes.
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