Es posible soñar con unos ojos verdes.
Sobre todo si esos ojos te llaman desde una oscuridad gris, como las pequeñas piedras que emiten destellos desde el fondo del río, que mezclan tonalidades de cielo y selva, de sueños que se hunden bajo un agua turbia.
Unos ojos, verdes, y nada más.
Un rostro de ojos. Pero, tan expresivos, que dicen más que mil palabras. Silencio de boca. Gritos de ojos.
La timidez impide ver nada más. Sólo dos ojos verdes. Y avanza, sin echar la vista atrás, por un suelo cubierto de cristales verdes, arrepentida de no haberse parado a contemplar el resto del rostro de los ojos verdes.
Dos asientos más atrás, los ojos se ocultan tras una cabeza con pelo, y sosteniendo esa cabeza, un cuello. No alcanza a ver nada más.
Recorriendo su cuello algo llama su atención. Por entre la maraña de pelo que domina la cabellera azabache, a ambos lados de la cabeza, aparecen sus dos orejas. En la derecha, un lagarto juega a enredarse por entre el lóbulo, se encarama al hélix y penetra hasta esconderse.
Ahora entiende el por qué de esos ojos que hablan sin mover los labios. A veces, las palabras no emiten sonidos, sino brillitos que se traducen en sentimientos.
Dos asientos por delante, alguien gira sus ojos verdes hacia atrás, pero no llegarán a cruzarse.
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