Cuentos de la Alhambra es una novela de Washington Irving escrita en 1829 que se publicó con el título "Conjunto de cuentos y bosquejos sobre Moros y Españoles" en 1832.
La primera edición se publicó por Carey Lea, en Filadelfia, (The Alhambra: A series of Tales of the Moors and Spaniards, by the Autor of "The Sketck Book" - 1832) y Henry Colburn y Richard Bentley, en Londres, (The Alhambra, by Geoffrey Crayon, author of "The Sketch Book", "Brace-brigde Hall", "Tales of a Traveller", New Burlington Street - 1832) en ediciones simultaneas, que incluía una dedicatoria a David Wilkie, R. A., compañero del viaje de Irving por España.[1] En 1851 se publicó la versión revisada por el autor del texto.
Cuentos de la Alhambra se encuentra traducido a infinidad de idiomas y es considerado una de las obras más importantes de su autor.
Estructura
Esta original novela entremezcla una serie de narraciones o cuentos con el libro de viajes y el diario. El protagonista e hilo conductor es el propio autor, Washington Irving, que tras su llegada a España inicia un recorrido por tierras andaluzas que le llevan a Granada. Allí queda extasiado por la majestuosidad de la Alhambra en cuyas habitaciones se hospedará. Durante su estancia conoce a varios personajes, entre los que hay que destacar al que se convierte en su criado, Mateo Jiménez, que le acompañarán y le darán noticia de esos cuentos y leyendas que giran en torno al monumento y su pasado árabe.
Descubre así historias como la del astrólogo árabe que contribuyó con su magia a derrotar a los ejércitos enemigos; la de las tres hermosas princesas encerradas en una torre para que no se enamoraran; la del peregrino del amor también encerrado en una torre por su celoso padre; la del legado del moro que nos habla de un fabuloso tesoro encontrado por un aguador; la de la Rosa de la Alhambra en que se nos muestra un laúd maravilloso capaz de curar la melancolía del rey.
Pero al mismo tiempo el libro avanza por el tiempo presente (1829), correspondiente a la realidad que vive el autor. Esto le permiten mostrar un rico cuadro la Granada de la época, de sus calles, sus gentes, sus costumbres, etc.
La novela está dividida en los siguientes capítulos:
- El viaje
- Gobierno de la Alhambra
- Interior de la Alhambra
- La Torre de Comares
- Consideraciones sobre la dominación musulmana en España
- La familia de la casa
- El truhán
- La habitación del autor
- La Alhambra a la luz de la luna
- Habitantes de la Alhambra
- El Patio de los Leones
- Boabdil el Chico
- Recuerdos de Boabdil
- El balcón
- La aventura del albañil
- Un paseo por las colinas
- Tradiciones locales
- La casa del Gallo de Viento
- Leyenda del astrólogo árabe
- La Torre de las Infantas
- Leyenda de las tres hermosas Princesas
- Visitadores de la Alhambra
- Leyenda del Príncipe Ahmed al Kamel o el Peregrino del amor
- Leyenda del legado del moro
- Leyenda de la Rosa de la Alhambra o el Paje y el Halcón
- El veterano
- Leyenda del Gobernador y el Escribano
- Leyenda del Gobernador manco y el Soldado
- Leyenda de las dos discretas Estatuas
- Mohamed Abu Alhamar, el fundador de la Alhambra
- Yusef Abul Hagig, el finalizador de la Alhambra
La Alhambra a la luz de la luna
Ya he descrito mi departamento cuando tomé posesión de él por primera vez, pero unas cuantas noches más produjeron un cambio total en el sitio de mis sueños. La luna, que había estado invisible hasta entonces, fue apareciendo poco a poco por la noche y después brillaba con todo su esplendor sobre las torres, derramando torrentes de suave luz en los patios y salones. El jardín de debajo de mi ventana se iluminó dulcemente; los naranjos y limoneros se bañaron del color de la plata, y la fuente reflejó en sus aguas los pálidos rayos de la luna, haciéndose casi perceptible el carmín de la rosa.
Pasábame largas horas en mi ventana aspirando los aromas del jardín y meditando en la adversa fortuna de todos aquellos cuya historia está débilmente retratada en los elegantes testimonios que me rodeaban. Algunas veces me salía a medianoche, cuando todo estaba en silencio, y me paseaba por todo el edificio. ¿Quién se figurará tal como es una noche al resplandor de la luna en este clima y en este sitio? La temperatura de una noche de verano en Andalucía es enteramente etérea. Parecíame elevado a una atmósfera más pura; se siente tal serenidad de corazón, tal ligereza de espíritu y tal agilidad de cuerpo, que la existencia es un puro goce. Además, el efecto del resplandor de la luna en la Alhambra tiene cierto mágico encantamiento. Todas las injurias del tiempo, todas las tintas apagadas y todas las manchas de las aguas desaparecen por completo; el mármol recobra su primitiva blancura; las largas filas de columnas brillan a la luz del astro de la noche; los salones se bañan de una suave claridad, y todo el edificio semeja un encantado palacio de los cuentos árabes.
En una de estas noches subí al pabelloncito denominado el Tocador de la Reina para gozar del extenso y variado panorama. A la derecha veía los nevados picos de la Sierra Nevada, que brillaban como plateadas nubes sobre el oscuro firmamento, percibiéndose, delicadamente delineado, el perfil de la montaña. ¡Qué delicia tan inefable sentía apoyado sobre aquel murallón del Tocador, contemplando abajo la hermosa Granada, extendida como un plano bajo mis pies, sumida en profundo reposo y viendo el efecto que hacían a la blanca luz de la luna sus blancos palacios y convento!
Ya oía el ruido de castañuelas de los que bailaban y se esparcía en la alameda; otras veces llegaban hasta mí los débiles acordes de una guitarra y la voz de algún trovador que cantaba en solitaria calle, y me figuraba que era un gentil caballero que daba una serenata bajo la reja de su dama; bizarra costumbre de los tiempos antiguos, ahora desgraciadamente en desuso, excepto en las remotas ciudades y aldeas de la poética España. Con tales escenas me entretenía largas horas vagando por los patios o asomado a los balcones de la fortaleza, y gozando esa mezcla de ensueños y sensaciones que enervan la existencia en los países del Mediodía, sorprendiéndome muchas veces la alborada de la mañana antes de haberme retirado a mi lecho, plácidamente adormecido con el susurro del agua de la fuente de Lindaraja.