Los destellos rojos de la cola del cometa cegaron los ojos tiernos de los hombres ilógicos. Los gritos ensordecieron a los que ponían voz a sus deseos: cuerpos envejecidos compuestos de piel reseca como troncos yermos atravesados por surcos profundos. En el caos de gritos y brazos al aire, la noche y el silencio fueron testigos del renacer de los verdaderos hombres. Los impulsivos se perdieron entre la maleza, cayendo por el precipicio. Los realistas fueron absorbidos por la náusea. El hombre niño, cubierta su piel de ceniza, se debatió entre pensamientos morales y éticos, acordando finalmente continuar su camino atendiendo a su conciencia. Dejó atrás los cuerpos de todos aquellos que no se habían parado a reflexionar e hizo oídos sordos hacia los que anteponían los instintos primitivos a la razón.
Cuando se cansó de analizar toda aquella nueva situación, se dirigió a la biblioteca y buscó los pesados volúmenes de Freud y Lacan.
Cuando se cansó de analizar toda aquella nueva situación, se dirigió a la biblioteca y buscó los pesados volúmenes de Freud y Lacan.
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