Con el paso de los años y la caída silenciosa de las lágrimas, nos dimos cuenta que el dolor se va alojando en cada surco de la piel, arrinconando esperanzas que caducaban bajo una losa que se llamaba Realidad. No quisimos convencernos, y tras cada desengaño, volvíamos a mirar con ojos infantiles los momentos que dejamos ocultos en el fondo del baúl. Golpes y magulladuras, arañazos y muchas cicatrices que, en la desnudez de nuestra conciencia, nos recordaban que, a pesar de nuestra impaciencia, el reloj de arena y agua seguía corriendo veloz.
Y los muros se erigían con un cemento tan duro, fabricado con retales de huesos, sueños y momentos que se agolpaban en las gargantas, luchando por salir.
Y las bicicletas volaban por aquella pendiente, sin frenos, sin ayuda para parar las ruedas girando en una locura de ruleta rusa. Hoy puede salir el premio.
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