Ayer leía un cuento de Chejóv titulado Las grosellas, y no pude hacer otra cosa que doblar una esquinita a una página, para recordarme siempre este fragmento. Para recordarme, para recordarles, que toda felicidad se torna tristeza en cualquier momento, y que mientras nosotros nos regocijamos, hay mucha gente sufriendo en un silencio que nosotros no somos capaces de romper:
Yo pensaba: ¡Cuántas gentes satisfechas y felices hay en realidad! ¡Qué fuerza tan aplastante es ésa! Fíjense ustedes en esta vida: el descaro y la ociosidad de los fuertes, la ignorancia y la bestialidad de los débiles, y por todas partes pobreza intolerable, estrechez, degeneración, embriaguez, hipocresía, falsedad... Mientras tanto, en todas las casas y calles silencio y tranquilidad. De las cincuenta mil personas que viven en la ciudad ni una sola grita o protesta en alta voz . Vemos a los que van de compras, comen de día, duermen de noche, a los que dicen sandeces, se casan, envejecen, entierran amablemente a sus difuntos; pero no vemos ni oímos a los que sufren, y lo terrible de la vida transcurre entre bastidores.Todo está en silencio, en calma, y la muda estadística es la única que protesta: cuántos se han vuelto locos, cuántos barriles de vodka se ha bebido, cuántos niños han muerto de inanición... Y según parece, ese estado de cosas es necesario; está claro que el hombre feliz se siente a gusto sólo porque los infelices llevan su carga en silencio, y sin ese silencio la felicidad sería imposible. Es una hipnosis colectiva. Sería menester que tras la puerta de cada hombre satisfecho y feliz, se pusiera alguien con un pequeño martillo, y, golpeando con él, le recordara sin cesar que hay hombres infelices, que, por muy feliz que sea uno, la vida le enseñará sus garras tarde o temprano, que le ocurrirá una desgracia -enfermedad, penuria, pérdidas-, y nadie le verá ni le oirá a él por lo mismo que él no ve ni oye ahora a los otros. Pero no hay hombre con martillo. El individuo feliz vive a sus anchas, los pequeños quehaceres de la vida le agitan levemente como agita el viento los álamos, y todo va a pedir de boca.
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